sábado, 25 de enero de 2014

Orgasmo a ciegas



 
 
Llegó y formamos conversación trivial; que si el clima, su vida, la mía y todo lo que había pasado desde la última vez que hablamos. Yo estaba preparada para seducirlo a pesar de que él ya me había dicho lo que quería: idolatrarme como diosa divina, verme en medias que cubrieran mis piernas y llegaran hasta mis caderas, encontrarme con calzado sexy y que fuera reina en su cara. Cuando llegó estaba como lo recordaba; alto y fornido, con su sonrisa exacta de siempre y los ojos verdes brillando como el sol de afuera haciendo contraste con su cabello azabache. Planifiqué todas las tácticas para desarmarlo aún más de lo que estaba. Sabía que yo era su dueña, que se moría por tenerme; pero yo quería más. Quería que se muriera por mí, que suplicara por más, que de una vez y por todas supiera que no habría jamás otra que lo llevara al éxtasis como yo. Quería ser eterna en su mente y en su cuerpo tatuado de mi pasión y engravado de mis besos, mis uñas y mis dientes.

Comencé a tocarlo suavemente para despertar su piel. Le rocé con mi cuerpo haciéndolo despertar y gemir cada vez que me sentía acercarme a él. Enterré mis dedos en su piel a través de su ropa antes de meter mis manos bajo su camisa. En su pecho fuerte pude sentir la dureza de sus pezones los cuales pellizqué a la vez que él dejaba salir un gemido lastimero y profundo. Continuamos danzando nuestros cuerpos con erotismo y sentía las pulsaciones de su pene erecto el cual intentaba enterrarme a través de la ropa. Lo despojé de sus vestiduras lentamente, tan lento que se convirtió en una tortura que acrecentó su lujuria. Al deslizar su pantalón hacia abajo vi su miembro mirándome con intensidad y sentí deseos de tenerlo en mi boca. Le ordené que me quitara mi vestido rojo lo cual hizo con manos torpes y dedos temblorosos y al ver mi corset negro dejó escapar una maldición.


Le puse la venda en los ojos y lo tiré en mi cama. Luego de recorrerle el cuerpo con mi boca y mis manos le metí mi pie de improvisto en la boca. Al darse cuenta, lo agarró con fuerza y entre gemidos, lamidos, mordidas y chupadas se hartó del festín de mis dedos. Sin hablar y sin que él supiera lo que pasaría luego me le senté en la cara. Su sorpresa la expresó en maldiciones y alaridos mientras me comía toda al rítmico vaivén de mis caderas. Su lengua tropezaba con mi ropa interior la cual aún llevaba puesta y nunca me quité. Tuvo que lamerme y morderme a través de la tela suave y los encajes pero podía sentir su lengua intrépida mojándome la entrepierna y tratando de meterse entre mi ropa ya humedecida con mi excitación. Al bajarme de su rostro mojado de su saliva y mis jugos lo penetré con mis dedos mientras que con mi otra mano lo masturbaba. Sus rugidos y alaridos cortaban su respiración agitada mientras movía sus caderas para sentirme más. En un grito dejó salir su esencia blanca y espesa al temblor de su cuerpo entero. ¡Su orgasmo fue fuera de este mundo! Las pulsaciones en su pene y los tremores de su cuerpo murieron lentamente después de 10 minutos cuando sucumbió a su ensueño. Y la diosa sonrió y durmió con él.