domingo, 23 de febrero de 2014

ORGASMOS AL TANGO

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Lo vi a través de la bruma de la noche, en el estudio de baile en el cual practicaba. Allí estaba ensimismado en sus pensamientos, dictándole a su cuerpo la próxima pieza musical que bailaría. Movía sus caderas tenuemente, casi de manera imperceptible y yo lo miraba sin que él me viera, estudiándolo como leona a la gacela; él tentándome sin saberlo con su ingenua ausencia a su entorno. Sigilosamente me le acerqué sin que él se diera cuenta. Lo seguí con la mirada mientras mi boca se hacía agua al igual que mi entrepierna. Mordí mis labios saboreándome temprano el momento de mi victoria sobre él, el momento en el que acecharía y pondría mis manos, mis uñas, mi lengua y mis dientes sobre su piel sutilmente cubierta por el rocío de su sudor. Sentí cómo se me hinchaba el sexo, cosquilleándome de doloroso placer por la lujuria de tenerlo que se agrandaba más y más con cada paso. Finalmente lo sorprendí en un susto callado que hizo temblar su cuerpo y abruptamente poner su mirada sobre mí. Vio en mi mirada que quería el abrazo de su baile, el baile que comenzaría con la ropa puesta y terminaría con los dos en el infierno de ser uno, él dentro de mí y yo estallando incesantemente en él, sin compasión. Comenzamos a mover nuestros cuerpos con las miradas clavadas en nuestros ojos los cuales veían más allá de la música. Soezmente, le recorrí el cuerpo con mis dedos hasta que toqué la protuberancia de su pantalón hinchado y dejó salir un gemido como si le doliera el alma. Le apreté su erección fuertemente para que supiera que a eso venía y que lo quería ahora. Me atacó salvajemente, halándome el pelo y clavando su boca en la mía, mientras me rasgó el vestido con la desesperada impaciencia del deseo que ya no podía contener. Se comió mis senos con hambre siniestra, mordió mi piel en su descenso hacia mi fruta jugosa y me merendó con ansias hasta que me derramé en su cara. Con una sonrisa mojada de mí, me miró desde mi entrepierna y subió de súbito para mostrarme su filosa arma carnosa y dura, la cual metí a mi boca para tragarme hasta el último centímetro de su ser. Sus gruñidos y maldiciones me hicieron degustar su miembro duro aún más hasta que tiró de mi pelo para arrancarse de mi boca solo para ponerme en posición que le permitiera entrar en mí sin piedad. Su entrada fue gloriosa y cada golpe me hacía estallar en centellas mojadas que lo recorrían todo, como tributarios de un riachuelo sin cauce en su piel. Intercambiamos todos nuestros fluidos en besos, mordidas, mis corridas y la de él y unimos nuestras voces en los gritos del clímax al que llegamos juntos. Al ritmo de nuestra respiración agitada tocaba el tango. Y al ritmo del tango sucumbimos al éxtasis.