Tu voz entró por
mis oídos, ronca, raspándome tus palabras lujuriosas con gravedad. Se metió por
mi boca, jugueteando con mis labios, patinando en mi lengua, bajando por mi
garganta y desplazándome de humedad en mi centro que despertó abruptamente ante
el roce escabroso de tus palabras. Me acariciaron tus palabras ásperas
como lija la piel y la pusieron alerta, llena de ganas y deseo que sentí en mi
pecho duro que se levantó como soldado ante el grito del que lo rige y
dicta su destino. Caí en el vaivén de tus palabras y las mías;
insolentes, soeces, algunas ininteligibles, oscureciéndose su tono a medida que
nuestra lujuria aumentaba con cada vibración que viajaba sin distancia entre tú y yo. Con palabras me poseíste, te poseí, te acaricié. Me despertaste el
cuerpo con la fuerza atómica de un cosmos naciente que llega a su vez a su
apocalipsis. Con palabras te llevé a la gloria y me uní contigo allí. Con
palabras se inundó mi centro con desespero languideciendo entre
latidos acompañados por mis lamentos perdidos que encontraron refugio en tus
oídos. Me derretí en tus palabras que se fueron apagando mudas y
sordas mientras las oleadas de nuestro temblor unísono nos azotaron por
unos instantes para luego abandonarnos lentamente, dejando mis manos mojadas y
mi sangre ardiente. Ya el infierno nos llama y nos espera sin remedio.
miércoles, 4 de abril de 2012
Tu Voz
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