Abriste la puerta
de repente. Sabía que vendrías y te esperaba. Ya me habías dicho las ganas que
tenías de devorarme y me habías dado instrucciones; que te esperara con la puerta
abierta, semidesnuda, de rodillas y con una venda en mis ojos. Te escuché
venir, confiada de que eras tú pero con el temor de que podría también ser un extraño.
No me moví al escuchar tus pasos acercarse pero mi corazón latía con fuerza. ¿Y
si no eras realmente tú? ¿Y si me traías a un batallón para hacerme las cosas
sucias que me querías hacer tú? Estaba completamente a tu merced.
Sin decir
palabra, comenzaste a toquetearme. No podía anticipar tus movimientos, a ciegas
sentía tus manos recorrerme entera con violencia. De un tirón me quitaste la
ropa que escaseaba en mi cuerpo y dejé escapar un gemido. Mi piel expuesta
tiritaba mientras me lamías, mordías y chupabas cada rincón de carne que
encontrabas a tu paso. Así de rodillas me tenías, abusando de mí. Soezmente metiste
tus dedos en mi boca y la abriste para meter tu miembro duro en mi garganta
hasta que me quitaste el aire. Succioné con hambre cada golpe hasta que dejaste
salir una maldición. De repente, me levantaste y tiraste a la cama para meter
tu boca en mi sexo mojado hasta que estallé una y otra vez en tu cara. Así, de un
jalón me pusiste en cuatro y entraste brutalmente en mí, dándomelo todo,
tirando de mi cabello con fuerza para hacerme obedecer. Me dejaste para nuevamente
meter tu dedo en mi boca para obligarme a abrirla y continuaste tu azote hasta
derramar tu ira cremosa y caliente en mis labios. Saboreé cada pulsación y cada
gota viscosa y dulce hasta que se calmó la bestia en ti. Antes de que me
quitara la venda de los ojos, te fuiste sin decir palabra. ¿Eras realmente tú?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario