Me susurras,
moribundo, en tu último suspiro, tus espejismos proyectados en las
arenas de tu insistente y persistente agonía. Me suplicas sin pudor que te
muestre, que te dé, que te haga; que te muestre mi excitación más
alta, que te dé tu deseo hecho mujer en mi cuerpo, que te haga
las cosas que tu mente morbosa se inventa con mis sombras y mis curvas en las
que embriagado sueñas con estrellarte atropellado y violento hasta
morir de sequía desgastada. Me llamas sin aliento,
desfalleciendo de deseo, con tus manos que insistes en que simulen lo que haría
yo. Me hablas insolente, incoherente, con la respiración y la voz entrecortada
de tanto cúmulo de pesadillas y sueños entrelazados entre cielos e infiernos intensos
en los cuales te provoco ese ardor, ese cosquilleo, ese dolor, esa hinchazón que
no se da por vencida y que me trae a tu cuerpo una y otra vez. Me hablas y me
dices lo que quieres, cómo, dónde, cuándo y por qué. Me pides
que te diga yo lo que quiero de ti. Me excita tu debilidad, tu divinidad
reducida a la mortalidad que te fuerzo, tu vulnerabilidad que te causo y el
poder que sin ejercerlo tengo sobre ti. Me moja las ganas saberte angustiado y
en locura total por masticarme, por probar de mi liviandad que se ha de sentir blanda,
tibia y empapada de mi más dulce y salado néctar. Se me abre mi fosa
siniestra y pulsante ante la imagen de saberte tendido en tu cama, solo, acompañado
solo de mi recuerdo como fantasma poseyendo tu cuerpo entero mientras te
castigas con fuerza y quejumbroso, y me llamas en la oscuridad, como si gritando mi
nombre tu toque pudiese recrearme. Me hincho y salgo de mi madriguera oscura y
dormida al escuchar cómo suplicas que te diga lo que quieres escuchar
para poder vivirte esa lujuria perdida que lleva mi nombre, mi apellido, mi
cara y mi cuerpo. Me acaricio tenuemente a solas escuchándote, con una sonrisa llena
de malicia y triunfo mientras a sabiendas del efecto que causarán en
ti, te lanzo esas palabras que te enloquecen aún más hasta llevarte al
desquicie total. Me desbordo de una alegría que se palpa caliente y resbaladiza
en mi centro cuando escucho tus quejidos, tu respiración cortada, tus jadeos,
tus blasfemias y tus amenazas de lo que sería de mí si
estuviese frente a ti en ese momento. Te escucho y me sale la yo más
descarada y soez, la que anhelas poseer, la salvaje que sin escrúpulos
te da lo que necesitas para aliviar esa tensión que ya no puedes soportar y que
te ha estado matando en muerte lenta, agoniosa, dulce y placentera. Te ordeno
que te toques, cómo, dónde, cuándo y por qué. Abandonado
a mi morbo y a mi malicia, te vuelves mi esclavo y cumples mis órdenes
hasta que te llevo al borde del precipicio del cual te dejarás ir
sin marcha atrás y voluntario. Oigo cómo caes al bajo mundo, gritando, llorando
mi nombre, gruñendo, bramando, convertido en bestia herida, hasta que tu voz se
vuelve espasmo y aire de quejas palpitantes por segundos que parecen horas. Cuando
callas sé que te ha llegado el alivio en la cúspide del placer. Pero solo momentáneamente…
miércoles, 11 de abril de 2012
Te ordeno!
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2 comentarios:
Sin importar, cómo, dónde, cuándo y por qué; soy tu esclavo!
Esclavo en este infierno y cielo de telaran~as de suen~os y pesadillas entrelazadas. Sigue cabalgandome esclavizado!
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