miércoles, 11 de abril de 2012

Te ordeno!


Me susurras, moribundo, en tu último suspiro, tus espejismos proyectados en las arenas de tu insistente y persistente agonía. Me suplicas sin pudor que te muestre, que te dé, que te haga; que te muestre mi excitación más alta, que te dé tu deseo hecho mujer en mi cuerpo, que te haga las cosas que tu mente morbosa se inventa con mis sombras y mis curvas en las que embriagado sueñas con estrellarte atropellado y violento hasta morir de sequía desgastada. Me llamas sin aliento, desfalleciendo de deseo, con tus manos que insistes en que simulen lo que haría yo.  Me hablas insolente, incoherente, con la respiración y la voz entrecortada de tanto cúmulo de pesadillas y sueños entrelazados entre cielos e infiernos intensos en los cuales te provoco ese ardor, ese cosquilleo, ese dolor, esa hinchazón que no se da por vencida y que me trae a tu cuerpo una y otra vez. Me hablas y me dices lo que quieres, cómo, dónde, cuándo y por qué. Me pides que te diga yo lo que quiero de ti.  Me excita tu debilidad, tu divinidad reducida a la mortalidad que te fuerzo, tu vulnerabilidad que te causo y el poder que sin ejercerlo tengo sobre ti. Me moja las ganas saberte angustiado y en locura total por masticarme, por probar de mi liviandad que se ha de sentir blanda, tibia y empapada de mi más dulce y salado néctar. Se me abre mi fosa siniestra y pulsante ante la imagen de saberte tendido en tu cama, solo, acompañado solo de mi recuerdo como fantasma poseyendo tu cuerpo entero mientras te castigas con fuerza y quejumbroso, y me llamas en la oscuridad, como si gritando mi nombre tu toque pudiese recrearme. Me hincho y salgo de mi madriguera oscura y dormida al escuchar cómo suplicas que te diga lo que quieres escuchar para poder vivirte esa lujuria perdida que lleva mi nombre, mi apellido, mi cara y mi cuerpo. Me acaricio tenuemente a solas escuchándote, con una sonrisa llena de malicia y triunfo mientras a sabiendas del efecto que causarán en ti, te lanzo esas palabras que te enloquecen aún más hasta llevarte al desquicie total. Me desbordo de una alegría que se palpa caliente y resbaladiza en mi centro cuando escucho tus quejidos, tu respiración cortada, tus jadeos, tus blasfemias y tus amenazas de lo que sería de mí si estuviese frente a ti en ese momento. Te escucho y me sale la yo más descarada y soez, la que anhelas poseer, la salvaje que sin escrúpulos te da lo que necesitas para aliviar esa tensión que ya no puedes soportar y que te ha estado matando en muerte lenta, agoniosa, dulce y placentera. Te ordeno que te toques, cómo, dónde, cuándo y por qué. Abandonado a mi morbo y a mi malicia, te vuelves mi esclavo y cumples mis órdenes hasta que te llevo al borde del precipicio del cual te dejarás ir sin marcha atrás y voluntario. Oigo cómo caes al bajo mundo, gritando, llorando mi nombre, gruñendo, bramando, convertido en bestia herida, hasta que tu voz se vuelve espasmo y aire de quejas palpitantes por segundos que parecen horas. Cuando callas sé que te ha llegado el alivio en la cúspide del placer. Pero solo momentáneamente…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin importar, cómo, dónde, cuándo y por qué; soy tu esclavo!

Rocinante Erótica dijo...

Esclavo en este infierno y cielo de telaran~as de suen~os y pesadillas entrelazadas. Sigue cabalgandome esclavizado!